viernes, 26 de agosto de 2022

Class War

Este es el capítulo 17 de El asalto a la cultura. Corrientes utópicas desde el Letrismo a la Class War de Stewart Home (Virus Editorial, 2002). Se trata de un libro fundamental en lo que a expresiones artísticas de vanguardia, contraculturales o subterraneas se refiere. Tal como Rastros de carmín de Greil Marcus, más que la opinión de sus autores me interesan los temas que abordaron, y lo han hecho con mucha calidad. Aunque Home es más controversial y en ese sentido podría hacer más críticas a su libro, no lo voy a hacer y me voy a limitar a compartir este artículo sobre Class War, que fue una agrupación y periódico anarquista muy relacionado con el movimiento punk. De hecho su principal animador, Ian Bone, participó en Living Legends que ya he compartido por acá. Y sobre las memorias de Ian Bone, Golpea al rico. Confesiones de un anarquista británico, hay dos programas de radio de Anábasis que también están en este blog.

A muchos observadores les pareció que Class War surgió de la nada. En los dos años que median entre la aparición del primer diario Class War, en 1983, y el otoño caliente del 85, los medios de masas británicos empezaron a informar sobre una «amenaza anarquista», que venía a ser el equivalente de otros anteriores miedos-alos-rojos. Por primera vez desde las bombas colocadas por la Angry Brigade (la Brigada de la Cólera) se percibía el anarquismo como una amenaza para el establishment británico.

Class War se coló muy rápidamente en las noticias[1] y, como suele suceder, la investigación periodística sirvió más para mistificar que para arrojar luz sobre los orígenes culturales, políticos y sociales del grupo. Esto no fue simplemente un caso de mala representación por parte de Fleet Street: pese a la imagen de cinismo sobrado que les gusta proyectar, la mayoría de los periodistas son bastante inocentes e ignorantes.

El primer número de Class War mostraba en su portada una foto con dos petimetres acompañados de un texto que decía: «Ahora es el momento de que todo piojoso se arme de un revólver o un buen cuchillo de monte y se dedique a esperar fuera de las casas de los ricos a que alguno salga para dispararle o acuchillarle hasta la muerte». Se parafraseaba así un discurso a los pobres de Chicago pronunciado por la anarquista del siglo XIX Lucy Parsons. El colectivo Class War estaba compuesto por anarquistas de toda la vida que conocían bien la historia del movimiento y que estaban decididos a aplicarla en la producción de propaganda.
 
Ian Bone, destinado a ser el «líder» del movimiento, había sido antes el cantante del grupo punk Living Legends, así como el cerebro del The Scorcher, un periódico de agitación del sur de Gales. Una selección de calientacabezas de Londres y del sur de Gales componían el resto del colectivo Class War. Más tarde se les uniría un grupo de chiflados que convivían en una gran casa en Islington, al norte de Londres. Este grupo había estado liado en movidas anarcas desde hacía más de una década, y se curraron la edición de Authority, una revista satírica que circuló a finales de los 70. La contraportada del primer número mostraba un desfile fascista acompañado del texto: «Al Frente Nacional le gusta tanto Gran Bretaña como a los anarquistas España». Con Class War este tipo de humor negro se vería reforzado.

En sus primeros tiempos Class War no buscó una base en el movimiento obrero tradicional, más bien encontró sus mejores canteras entre la juventud descontenta. Su propaganda estaba diseñada a atraer al ala más radical del movimiento punk.

Un texto titulado «No importa... a tomar por culo», extraído de uno de los primeros números del periódico del grupo, servirá para ilustrar esta tendencia:
Dylan se hizo rico con las miserias y las frustraciones de los jóvenes de clase media de los 60; MacLaren y el Punk se hicieron ricos con las miserias y las frustraciones de la juventud obrera. El Punk salvó la industria de la música [...] Al enfatizar la energía y la agresión, el Punk le metió una patada en el culo a los grupos merengosos de los 70. Pero para la clase obrera lo importante era centrarse en las risas a cuenta de todos esos pedorros aburridos del establishment britanico. «Dios Salve a la Reina» y «Anarchy in the UK» han sido números uno; y a los mandamases del rock se les ha nombrado «caballeros» por sus servicios a los beneficios. Sería una broma y una señal de lo despistados que están los tipos que controlan el show, de no ser porque la broma es acerca de nosotros. Las tendencias musicales y los periódicos sobre música son el ejemplo más claro de cómo funciona el mercado moderno, de acuerdo con el principio «si algo es chocante, vende». El cabreo obrero, vía el refrito que hace MacLaren de la política de los 60 parece buen negocio

Los viejos punks dicen que los Clash, los Stranglers, etc., se han vendido a las grandes compañías de discos, como los autónomos dicen que los sindicatos han vendido las huelgas [...] A los poderosos les da igual que te les vendas como héroes o antihéroes, siempre que el negocio funcione. Oi rechazó esto volviendo a las raíces, pero acabó haciéndose la picha un lío

Aunque se basaba en elementos reales de cultura de clase, Oi ha sucumbido a la adoración de las fuerzas armadas y el voto laborista.

El único grupo (sic) que ha llevado adelante una línea de música y política ha sido Crass. Han hecho más para difundir las ideas anarquistas que el mismo Kropotkin; pero al igual que él, su discurso político está lleno de mierda. Acentuando el pacifismo y el escapismo rural han evitado la evidencia de que en las ciudades la oposición significa confrontación y violencia si se pretende llegar a alguna parte

Por fin parece que surgen grupos que rechazan huir del aburrimiento de la clase obrera vía la fama y la pela-del-grupo-de-rock, al igual que se rechaza la vía de escape de los grandes sindicatos o el partido laborista. Muy interesados en cargarse el show y a aquellos que lo llevan, han supuesto una toma de distancia de grupos tipo Oi que han acabado metiéndose los unos con los otros, en vez de meterse con los ricos, y pidiendo apoyo a nuestros muchachos en el Atlántico sur (guerra de las Malvinas) y votando a los laboristas. Los Apostles y los Anti-Social Workers enganchan con la guerra contra los ricos y buscan posibilidades reales de sacar la rabia y la frustración del show y llevarla a las calles, mandando a tomar por saco de una vez por todas los rituales de mierda que nos pretenden vender como placenteros. 
El artículo acaba citando una letra de una canción de los Apostles. Suena como algo sacado de un fanzine punk, si exceptuamos su análisis político y los residuos de teoría especto-situacionista. Su estilo polémico denota que lo escribió alguien con más experiencia en agitación contra la autoridad que el típico punk callejero

En 1984, Class War lanzó su «ofensiva de primavera» contra los ricos. La portada de su periódico que anunciaba la campaña mostraba una foto de una cacería de zorros con el texto: «Mierda de ricos... vamos a por vosotros». Class War se había apuntado al carro de la liberación animal, muy popular entre los anarco-punks, y la cosa resultó en un tremendo aumento en la circulación del periódico. Así como las acciones de las retaguardias de las manifestaciones de izquierdas o anarquistas inspiraron acciones como «Parad la ciudad», Class War estaba ahora empezando campañas propias. En un artículo titulado «Avance de la Feria de Mayo» el grupo informaba sobre el progreso de su campaña:
La primera acción de la campaña de primavera de Class War la hicimos el 1 de marzo en el hotel Grosvenor House. La ocasión nos la dio la celebra ción del «Baile del Caballo y el Sabueso», cita obligada para todo tipo de debutantes, caciquillos y trepas locales. Y bueno, dado que era un lugar en el que hay que dejarse ver, un intrepido grupo de anarquistas decidió asistir también [...] Empezaron a aparecer colegas y cuando fuimos unos 40 decidimos que ya éramos bastantes y allá que nos plantamos. Se supone que sólo era una manifestación, no una pelea, así que nos pusimos en la puerta principal con los pasamontañas. Empezamos desplegando una pancarta que decía «Contemplad a vuestros futuros verdugos». No nos gusta jugar con palabras. Pronto empezaron a llegar ricachones con sus sombreritos y sus vestiditos de temporada. Empujones, alguna patada bien situada, escupitajos y alguna que otra colleja bien dada contribuyeron a agriarles la tarde a muchos [...] La ofensiva de primavera de Class War había empezado con buen pie, nunca mejor dicho.
Pese a su retórica —incitando a los lectores a «Unirse a la turba anarquista»— las acciones del 84 se hicieron todas sin demasiada gente. Con todo, las ventas del periódico de Class War aumentaron hasta llegar a los 10.000 ejemplares en algunos números, y la reputación del grupo creció al mismo ritmo. La contraportada de Angry 1, una revista producida por un chaval escocés fan del grupo, reproducía parte de la cubierta recibida por los media
... un grupo de chiflados políticos que predican un peligroso nuevo credo de violencia anarquista. Intentan extender su malvado mensaje entre los mineros, los pacifistas, incluso entre los chavales de las escuelas. Se les puede ver en los piquetes, en las manis de la CND y en las movidas por los derechos de los animales repartiendo su panfleto titulado Class War.

Se trata de una publicación cuyo símbolo es un cráneo y unos huesos cruzados y cuyo mensaje es criminal [...] Se enorgullece de que «Hemos cortado autopistas, destrozado casas de esquiroles y apaleado a más de un periodista...». Los objetivos favoritos del odio de Class War son las reuniones de los «asquerosos ricachones»

Anima a sus simpatizantes a acudir a eventos como las regatas Henley y los partidos de polo, equipados con pasamontañas y botas Doc Marten para hacer que «a esos bastardos les dé un patatús sobre sus cestas de picnic».

El grupo ya ha alarmado a algunos miembros del partido laborista en un mitin en el que intervino Tony Benn [...] La semana pasada el Tribune, periódico de los laboristas, solicitaba una investigación sobre Class War.
Esto es lo que se podía leer en el Sunday People; y en el Guardian:
Class War [...] bajo el titular «Cuidado ricos bastardos», aconseja a sus lectores que la próxima vez que vean a un rico cabrón se dediquen a agobiarle, que le escupan, que le hagan pintadas en sus paredes, que se junten un buen grupo y que merodeen todo el tiempo cerca de su casa.

«De qué coño sirve juntar a 250.000 personas para que desfilen como corderos por Londres para acabar escuchando a predicadores de clase media de la CND, como Joan Ruddock o Bruce Kent, pidiéndoles que se vayan a casa sin hacer nada. Juntémonos 5.000 y vayámonos a Ascot [...] Dejemos que nuestro odio de clase se suelte allí. Que tengan miedo de salir a la calle solos, que les de canguelo mostrar los signos de su riqueza, que vivan en estado de sitio encerrados tras las puertas de sus casas y barrios.»

Y así durante cuatro páginas más. ¿Una parodia inteligente? Ni idea.
En 1985, Class War lanzó su campaña «Métele caña a los ricos». La contraportada que dedicaron a promover la primera marcha en Londres también informaba a los lectores del origen de la idea:
La idea de las marchas «Métele caña a los ricos» no es nada nuevo. Hace exactamente 100 años, el 28 de abril de 1885, estaban pensando lo mismo en Chicago. La anarquista Lucy Parsons pidió a la gente que, de puro desesperada, estaba deseando morir, que se llevaran unos cuantos ricos a hacerles compañía, dejando que sus ojos se abrieran a la «marea roja de la destrucción». Los anarquistas organizaron enormes reuniones de más de 20.000 personas de donde salían marchas que iban desde los guetos de las clases trabajadoras hacia los vecindarios opulentos. Se juntaban por miles fuera de los restaurantes de lujo y de las casas de los más ricachones con pancartas que decían: «contemplad a vuestros futuros verdugos»; los ricos, aterrados, llamaban a la policía y se montaba un cristo de aquí te espero [...] La clase obrera de Chicago estaba decidida a llevar la lucha al corazón del territorio enemigo; como lo estamos nosotros, un siglo después.
La marcha «Métele caña a los ricos» del 11 de mayo del 85 fue teatro de guerrilla digno de los dadaístas berlineses; se publicó un informe completo en el periódico de Class War:
La policía amenazó con arrestarnos a todos por alteración del orden público y por desfilar con uniformes paramilitares (¡pasamontañas y Doc Martens!). La policía y la autoridad de Westminster hicieron lo posible por prohibir la marcha. Pero pese a toda esa intimidación tuvimos la mayor marcha anarquista en años. Más de 500 marchamos al bonito barrio de Kensington cantando «Ricooos de mierda» y «Volveremos en un ratitooo», mientras los ricos nos miraban escondidos tras las cortinas. Por lo menos estábamos llevando la realidad del creciente odio de clase hasta sus empeluchadas y protegidas vidas. Fue la hostia estar en una marcha anarquista de una vez, en lugar de tener que ir en el culo de la típica mani de izquierdas escuchando los tostones de líderes laboristas. Cuando giramos hacia Holland Park Avenue, toda la calle se veía inundada de banderas negras. La bofia estaba pasmada de tener que acompañarnos a los barrios más chachis de Londres y tener que oírnos gritarles de todo a sus ricos habitantes. Eso fue t
odo lo que pudieron hacer. No hubo ni un arresto, y eso que a los polis les salían espumarajos de la boca, cuando nos oían cantar aquello de «ricos bastardos». Ahora tenemos que prepararnos para la próxima regata Henley el 6 de julio. Si nos lo curramos, podemos reunir a más de mil personas y haremos que a los ricos bastardos les dé un patatús sobre sus cestas de picnic en las riveras del Támesis. ¡ADELANTE, A HENLEY!
Además de proporcionar una de las imágenes más pintorescas de Londres en años, la marcha reveló la composición social de Class War. A la cabeza iban una decena de militantes anarquistas —disfrazados de personas normales y con edades entre los 20 y bastantes y los 30 y algo—, que eran los responsables del periódico de Class War; detrás seguían varios centenares de punks adolescentes.

Debido a una masiva presencia policial, poca movida se pudo montar en la regata Henley, pero la cobertura de los media fue tanta que Class War pudo valorar la cosa como una victoria en su periódico.

No pudieron decir lo mismo de la «Marcha a Hampstead» del 21 de septiembre del 85. Los manifestantes, otra vez unos 500 punks y la gente de Class War, fueron humillados por la policía. La pasma, que doblaba en número a los manifestantes, sacó a la marcha fuera de la ruta prevista y la metió por calles secundarias. Luego la detuvo durante más de una hora bloqueando cualquier movimiento. Como humillación final, les dijeron que iban a detener a sus líderes y les hicieron salir de uno en uno entre dos filas de polis uniformados, siendo así dispersados.

Este fracaso llevó a una considerable discusión en el grupo sobre cómo continuar con la campaña. Los elementos más extremistas sugerían una marcha «Métele caña a los ricos» por el oeste de Belfast y una «Harry Roberts Memorial March» por el oeste de Londres. Ambas propuestas conllevaban considerable riesgo. Una acción en Belfast posiblemente cabrearía a los dos bandos implicados en la guerra civil y la cosa podía acabar bastante mal. La otra marcha, en recuerdo de un matapolicías, era una invitación abierta a la represión. Ambas opciones se rechazaron. La campaña «Métele caña a los ricos» tuvo un final sin pena ni gloria tras una marcha en Bristol, el 30 de noviembre de 1985.

Como grupo que suponía una seria amenaza política, la credibilidad de Class War estaba a punto de colapsar. Sin embargo, en un golpe de suerte, los medios de comunicación atribuyeron a Class War un papel importante en las revueltas de Brixton y Tottenham ese mismo otoño. En

verdad, el grupo no contaba con más de veinte miembros en Londres por aquel entonces y, por supuesto, no jugó ningún papel en las revueltas, por mucho que un puñado de sus simpatizantes lograra meterse en el jaleo cuando ya estaba el lío armado. Pese a este refuerzo a su credibilidad, la gente de la casa de Islington abandonó el grupo poco después, dejando el camino libre a Ian Bone como líder indiscutible del grupete.

Después de esto, Class War perdió su empuje anterior y fue ya difícil distinguirlo de cualquier otro grupo anarquista corriente. Pese a la cobertura que obtuvo de los media, su campaña contra la «yupificación» del East End de Londres fue del todo inefectiva. El grupo intentó ampliar su base, de los punks a gente trabajadora normal. Relanzaron su periódico, pero les fallaba el estilo que lo había hecho diferente y, desde luego, fracasaron a la hora de conseguir una base más amplia. El periódico, con un nuevo look, introdujo secciones especiales dedicadas al escándalo, pop, sexo o deportes, y acabó teniendo un aire paternalista. Mientras tanto, los sagaces media ignoraban este cambio de dirección de Class War y seguían mostrando historias chocantes sobre sus tácticas terroristas (ver, por ejemplo, News of the World Sunday Magazine del 5 de julio de 1987).

Tras la primera oleada de éxitos con sus campañas de agitación, Class War cayó en los clásicos errores de los grupos anarquistas. Aquellos que siguieron con el grupo demostraron ser víctimas de su propio juego. Class War había manipulado a los medios de comunicación y había conseguido hacer llegar las ideas anarquistas más extremas al público general; pero, llegados ahí, el grupo rechazó ideas que hubieran situado al público ante algo mucho más inquietante. Una vez se vieron incapaces de organizar marchas a través de Belfast o de recuerdo al matapolis, lo suyo hubiera sido disolverse. Sin embargo, intentaron infructuosamente ampliar su base, algo que los media estaban, desde luego, dispuestos a impedir, en el caso de que el grupo hubiera sido capaz de intentarlo con un mínimo de acierto. En este punto, Class War abandonó la corriente cuya crónica he estado intentando describir en este libro. Abandonaron la rabia satírica que en sus mejores momentos había animado a los movimientos dadaístas, situacionistas o punks. El enfoque populista con que la reemplazaron llegó a tales grados de sentimentalismo que hicieron que los peores culebrones parecieran de buen gusto a su lado.


Nota:
(1) Asumiendo su estatuto de pequeño grupo, Class War advirtió que la mejor manera de hacer llegar sus posiciones al público en general era recurriendo a los estereotipos culturales y —una vez alterados convenientemente— colándolos en los medios de masas. Por estas razones, Class War estaba tan implicado tanto en «cultura» — en su sentido más amplio— como en política. Se inspiraron a partir de tres fuentes: la cultura de la clase obrera británica, el Punk y la tradición del comunismo revolucionario y el anarquismo. Class War estaba pensado para marear a los periodistas y lo consiguió bastante bien. Las tácticas usadas se copiaron de las historias de los punks y los anarquistas. Básicamente, cualquier cosa que los medios de masas consideraban malvado era glorificado por Class War. Los medios retrataban a la clase obrera como violenta, así que Class War —siguiendo los pasos del Punk— exageró esta imagen (aun cuando precisando que esta violencia siempre iba dirigida contra la poli o contra los ricos). La cobertura que los medios hicieron tanto del Punk como de Class War se centraba en su actitud sobrada contra los ricos y el establishment (particularmente la familia real). Cuando Class War sacó su Better Dead than Wed [Mejor muertos que casados] (Mortarhate Records, Londres, 1986) para celebrar la boda del principe Andrew, todo fue como cuando el disco antijubileo de los Sex Pistols (exceptuando, desde luego que la relación con el ocio popular en Class War no era tan fuerte como en los Sex Pistols). Es interesante recordar cómo la acción de los provos más cubierta por los medios fue el ataque a la procesión de la Boda Real con bombas de humo.

Tanto el Punk como Class War enfatizaron la energía y la agresión como virtudes de la franca y clara cultura de la clase obrera. Se forzaba el contraste con la moderación educada de las clases medias y altas, que decían una cosa siempre que querían decir la contraria. De entre todas las tendencias examinadas en este volumen, el Punk y Class War realizaron los asaltos más concienzudos sobre la cultura. Otros movimientos han tendido a dirigir sus invectivas contra la alta cultura (el arte) o han puesto sus energías al servicio de la creación de estilos de vida alternativos (a menudo esto significa «paralelos») —como las comunas, etc.— y por ello menos directamente amenazantes. Muy pocos movimientos han tenido una cultura (obrera) tan plenamente articulada y conscientemente antagonista como el Punk y Class War.

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